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La gratitud del Maestro

enero 30, 2008

Un anciano tenía fama de sabio y la gente acudía a él en busca de ayuda o de consejo. Y cuando un forastero preguntaba por qué le decían maestro, en qué consistía la sabiduría, o qué ciencia dominaba ese hombre que parecía un humilde campesino, la gente no sabía muy bien qué responder.

– Es un hombre feliz, vive en paz con todos, era una de las tímidas respuestas.


Un joven que escuchó hablar de él y que ansiaba adquirir conocimientos, se presentó una noche para pedirle que le enseñara. El anciano se sorprendió del pedido, pero aceptó con entusiasmo. Hacía muchos años que vivía solo y le gustó la idea de tener a alguien con quien compartir su tiempo nuevamente.


A la mañana siguiente, se levantaron y prendieron el fuego para calentar agua y cocinar el pan que habían dejado preparado la noche anterior. Mientras esperaban que el desayuno estuviera listo, el maestro se sentó en un banquito y se puso a contemplar por la ventana. El discípulo, parado detrás de él, trataba de poner la mirada en el mismo lugar que el maestro, para descubrir qué estaba mirando tan concentrado. Por la ventana sólo se veía el campo, flores silvestres, el gallinero y los perros recibiendo los primeros rayos del sol. A los pocos minutos, el joven se aburrió y se fue a sentar. Tomó un libro de su mochila y comenzó a leer. Sin embargo, a cada momento se distraía y pensaba cómo el maestro podía perder el tiempo sin hacer nada. Cuando el olor a pan inundó la habitación, el maestro se levantó, preparó el te, colocó dos jarros sobre la mesa y el pan sobre una servilleta. Se sentó, indicó, con un gesto de su mano, al discípulo que hiciera lo mismo y comenzó a comer el pan cortándolo en pedacitos y mojándolos en el té caliente. El discípulo estaba asombrado: el maestro se había olvidado de agradecer la comida. Sin disimular y para que el otro se diera cuenta de su error, agachó la cabeza durante unos instantes como si estuviera rezando. Después, comenzó a comer. Cuando terminaron el desayuno, colocaron cada cosa en su lugar y el maestro le preguntó al joven de qué quería conversar. En el instante en que le iba a contestar, se abrió la puerta de golpe y entró un niño corriendo:


– Maestro, maestro, mire el pescado que saqué del agua, hoy vamos a comer como reyes.


El maestro se levantó, aplaudió la hazaña del niño y se ofreció para ayudarlo a limpiar el pescado. Mientras tanto, le preguntó por toda la familia, y le explicó varias maneras de cocinarlo. Antes de que se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento especial para darle más sabor a la preparación.


El discípulo estaba asombrado y desconcertado. Ya había pasado más de medio día y no había aprendido nada.


A partir del momento en que el niño dejó la casa, cada vez que el maestro se iba a poner a conversar con él, alguien del pueblo interrumpía la conversación. Iban a pedirle algo o a llevarle un pequeño regalo -una papa, una planta de lechuga, un zapallito-, como agradecimiento por alguna ayuda que él les había dado. Pasó el día y anocheció. El maestro cortó las verduras y puso el caldo en el fuego, mientras amasaba con mucha dedicación el pan para el otro día. Comieron y se fueron a dormir.


Los días siguientes fueron más o menos similares: pasaban las horas yendo de un lugar a otro, ayudando o visitando a las personas del pueblo; trabajaban la pequeña huerta; alimentaban a las gallinas y juntaban los huevos que regalaban al que los necesitaba. Una noche, entre la respiración profunda del maestro y la bronca acumulada por no aprender nada nuevo, el discípulo daba vueltas en la cama sin poder dormir. No sabía si irse o quedarse. Por fin, casi entrada la madrugada decidió probar durante un día más. Al amanecer, el maestro se levantó, se desperezó y comenzó a prender el fuego para el desayuno.


Puso el agua a calentar, el pan a cocinar, y se sentó en el banquito a mirar por la ventana.


Así lo encontró el joven cuando despertó. Se dio cuenta de que todo iba a seguir igual que los días anteriores. Al enojo que había acumulado se le sumó el mal dormir y estalló:


– ¡Yo vine a buscar sabiduría, a entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor, y lo que me encuentro es alguien con una vida común, diría que vulgar, que ni siquiera es capaz de tener un momento para reflexionar y agradecer al creador por todo lo que recibió de él!


El maestro lo miró con los ojos tristes; una expresión que nunca antes le había visto. Y le contestó:


– Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, huelo su perfume y de esa manera, usando mis ojos y mi olfato para gozar de lo que Dios hizo para nosotros, lo alabo. El campo y el gallinero, son los que nos ofrecen la comida de cada día y, al mirarlos, no me queda más que agradecer por la vida. Los perros descansando me recuerdan que pasaron toda la noche en vela cuidándonos mientras dormimos. Esto me lleva, necesariamente, a agradecer a Dios que en todo momento y sin descansar tiene sus ojos puestos en nosotros para acompañarnos, para cuidarnos y para hacernos felices. Eso me llena de alegría y paz. Ya no necesito nada más, porque estoy seguro de que Dios está conmigo. Cada persona que golpea mi puerta me hace sentir útil, necesario, querido. Cada vez que recibo un pequeño regalo de la gente humilde de la aldea, siento que es Dios mismo que me lo da, sirviéndose de las manos de los demás y me recuerda, así, que no soy el único que puede dar.

El discípulo estaba tan enojado que casi no escuchó las palabras del anciano. Agradeció, por educación, el hospedaje y volvió a su pueblo, olvidándose por mucho tiempo de lo que el maestro le había dicho.


Allí, conoció una chica de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.


Cierto día, al volver de trabajar en el campo, vio desde lejos a sus hijos jugando. Se acercó despacio y desde atrás de un árbol se quedó mirando. Así lo descubrió su esposa que le preguntó:


– ¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué hacés mirando a los niños jugar?


– Estoy mirando la maravilla más grande que Dios nos ha regalado, estoy alabándolo mientras escucho sus gritos y sus cantos, estoy dando gracias por el trabajo que me permite traerles todo los días un pedazo de pan, y estoy dando gracias a Dios, porque si yo, que soy muy débil, cuido de ellos y me preocupo, cuánto más él con todo su poder y su inmenso amor.


Ese día el hombre recordó las palabras de su maestro y entendió.


Extraido de http://www.sanmiguel.org.ar

La gratitud es una virtud del Maestro que el Discipulo debe aprender.

Recuerdo cuando merodeaba los patios del Cristo Rey querido…un sacerdote me enseño en una charla un sabado a la tarde donde estaba Dios… «Dios esta en todas las cosas» me dijo… «en el cielo azul, en los pajaros, en las cosas que usas para comer o vestirte, Dios esta en todos lados, incluso en la tierra que pisas…»

Estoy convencido que tambien en la tierra que cubre su descanso hoy en «Santos Martires»… de seguro…

La Gratitud es un don, una virtud, un regalo que aprovechar. Ser grato es estar abierto a los dones del Universo, del Padre, del Creador, de Aquel que espera sin esperar, sin pedir pide en sus acciones. El que da no espera retribucion mas que gratitud.

La gratitud es la semilla de cultivo para el crecimiento personal. Es el germen del recibir sin pensar que vendra… porque de seguro es un compromiso de mas dacion a cambio de gratitud…

(…perdon si molesto…)

Un comentario

  1. Siempre agradezco a Dios por todo lo que me da
    Le agradecì mil veces el que haya permitido que ese milagrito entre a nuestras vidas. Siempre que lo miro màs y màs grande, vuelvo a agradecer porque es sano, fuerte e inteligente.
    Le agradezco por la familia que tengo. Cierto, no es perfecta y si puediera cambiarìa un montón de cosas en ellos, pero pensandolo de nuevo, creo que el cambiarlos también me cambiaría y lo que hoy conozco como familia no sería tal.
    Le agradezco por el trabajo que me dió, por las decisiones que me confortó al tomarlas, por mi salud y la de los mìos.
    Le agradezco por mis amigos, que son personas invalorables, como al que le escribo.
    Le agradezco por la persona que puso en mi camino, porque con èl aprendo cosas día a día. Porque él me ayuda a ser una persona mejor y a levantarme cuando ya no me quedan fuerzas.

    Si, soy grata



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